domingo, 19 de abril de 2009

LAS FLORES DE DAISY





Daisy lo había dejado todo por su tienda de flores. Todo. Dejo su trabajo de secretaria, dejo a su marido y su familia, para instalarse en un mundo de flores y perfumes.
Tardó años en conseguir los créditos, las ayudas, y crearse una clientela. Pero su perseverancia se vio recompensada con una tienda preciosa, llena de colores y de flores de todo tipo.
En el barrio, todos los vecinos la conocían; después de ir a la farmacia, hacer los recados y volver del supermercado, todas las amas de casa pasaban por la tienda de Daisy, a comprar alguna flor.
La tienda estaba abierta todo el día, no había horario, cualquiera podía comprar flores o plantas durante todo el día.

Daisy tenía muchos conocimientos sobre el mundo de las flores: las de color blanco indicaban la pureza, la inocencia y la ingenuidad, las de color rojo, la pasión, la fogosidad y la ambición, las de color verde, daban esperanza y éxito, el color azul, la sabiduría y el amor platónico, en cuanto al amarillo, era el símbolo de riqueza y triunfo.
Con el tiempo, Daisy había desarrollado una habilidad extrema para adivinar las emociones que pasaban por el corazón de sus clientes: adivinó que la señora Rosa estaba deprimida, que el niño de la vecina del ático era muy celoso, que el farmacéutico estaba enamorado de la hija del panadero. Y les vendían flores que curaban sus estados de ánimos. Con excelentes resultados.

Una de sus primeras clientes, fue una actriz de paso por el pueblo que iba a rodar un spot de tres minutos. Era una diva de muy mal genio que trataban de pésima manera a su equipo. Cuando entró en la tienda, Daisy no lo dudo un momento, le ofreció un abedul para la humildad.

-Esta flor, señora, es la que le sentirá mejor al color de su piel, estará muy guapa, la más guapa de todas.

-Esto espero, contestó de mala gana la actriz-a ver si cuida más sus plantas que allí en el fondo tiene una más muerta que viva-Y se fue dando un portazo.

Daisy tenía en la trastienda a una planta para tirar, seca y muerta que ya estaba cuando abrió el negocio, pero le daba pena y la dejaba allí al sol, a ver si se reanimaba. Mientras tanto, la diva, a pesar de sus caprichos, se volvió rápidamente más amable con su entorno. Dejó de insultar a su maquilladora y rodaron el spot un tiempo record.

Otro día, vino un estudiante a regalar una flor para el día de la madre. Era conocido por su extrema timidez y nunca había salido con ninguna chica del pueblo, por estar demasiado cohibido.

-Juan, esta flor, el aciano es para ti, es única y te dará lo que necesitas.

Juan le dio las gracias sin mirar la a la cara y el acinao le resolvió sus problemas. En unas semanas la gente del pueblo vio como besaba a una guapa chica morena.
El señor Ernesto fue uno de los clientes más asiduos de Daisy. Era un hombre mayor, solitario y taciturno; vino la primera vez para comprar un cactus, no tenía idea de cuidar de plantas y pensó que un cactus, no necesitaba nada a parte de un poco de agua. Amalia consiguió hacerle cambiar de opinión y le dio instrucciones detalladas sobre cómo cuidar un geranio, y dejar el cactus.

-Sr Ernesto, esta flor le hará compañía y nunca más se sentirá solo.

El señor Ernesto, al cabo de un mes, se encontró por casualidad a un viejo amigo de la infancia que no había visto en 35 años. Fue emocionante ver les juntos y se organizo un banquete con todo el pueblo.
Elena también estaba muy agradecida porque quería ser enfermera pero le costaba mucho estudiar. No conseguía concentrarse y sacaba malas notas. Su madre estaba ya decida en meterla el negocio familiar para ponerse a trabajar de tan mal estudiante que era.

-Toma Elena, una campanilla, a parte de tener un nombre precioso, te dará constancia y tenacidad y aprobaras.

Elena aprobó y trabaja de enfermera.
Mientras tanto, Amalia intentaba resucitar a la planta del fondo, pero seguía seca, apagada y decaída.

El caso más bonito fue él de la vecina de Amalia que estaba locamente enamorada del cartero, pero éste ni se había dado cuenta: a parte de las cartas certificadas y de los paquetes postales, no le interesaban gran cosa.

-María, cariño, aquí tienes la flor que necesitas: la ambrosia para el amor correspondido, a regar tres veces al día.

El cartero tuvo un flechazo repentino para María y en poco tiempo celebraron su noviazgo con las familias de ambos.
Así transcurría la vida de Daisy, proporcionando felicidad a todo su entorno. Las plantas y las flores eran sus aliadas. Almendro para la felicidad, acacia para la amistad, ajenjo contra la ausencia, clavel para los celos, escaramujo contra el olvido, grosello para el enfado, flor de lis para decir “pienso en tí”.
Todo el mundo vivía feliz gracias a Daisy y sus flores.
Pero un día, el cartero entró para entregarle una carta y no encontró a Daisy en ninguna parte.

-¿Daisy, Daisy? Tengo un certificado para Ud. ¿Dónde está?

Oyó un ruido extraño en el fondo de la trastienda, y no hubo manera de encontrar a la florista.
El pueblo la busco durante días y días, y al final se cerró la tienda. Se decretó unos días de duelo. Sin las flores, el pueblo volvió, poco a poco a sumirse en la tristeza, la desconfianza, las penas, la vanidad, la soledad, la desesperanza, ya las penas de amores.

La planta de la trastienda, una “Venus Atrapamosca”, a defecto de moscas, se había tragado a Daisy de un tirón. A las plantas carnívoras, no les basta un poco de agua y sol, necesitan algo más consistente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario