viernes, 27 de febrero de 2009

DESAYUNO CONTINENTAL (relato en crescendo)

Son las 10h de la mañana. Soy la primera en despertarme. La noche ha sido apasionante, creo que lo hicimos siete veces, es que Roberto es un amante insaciable. Me levanto y voy directamente a la cocina a preparar el desayuno como a él le gusta: un zumo de naranja recién exprimido, un croissant con mantequilla comprado “Chez Paul”, tostadas de pan inglés con mermelada de frambuesa que tanto le gusta.
-¡Cariño, el desayuno!
Él abre los ojos y me sonríe, satisfecho:
-Eres un cielo, Clarisse. ¿Te adoro lo sabías?
Nos incorporamos los dos en la cama y en el momento de empezar a morder la primera tostada, se me cae el vaso de zumo.
- ¡Dios mío, cariño lo siento, deja que lo voy a limpiar ¡
-¿Cómo que limpiar, pero qué dices? Pon las sabanas en la lavadora, ¿no ves que no puedo quedarme en la cama?
-¿Bueno, bueno, voy! ¿Pero al menos ayúdame no?
Roberto no solamente no me ayudó, sino que se fue a duchar, a afeitar, a vestir para ir al bar de en frente a tomar su desayuno.
-Si no sabes ni servir un zumo en la cama…
¡Estaba furiosa, mientras me peleaba con la lavadora, que por cierto no funciona, -tendré que llamar al fontanero-, el sinvergüenza se va sin más! No me lo podía creer.
Me pongo unos tejanos viejos, una camiseta cualquiera, me recojo el pelo y salgo dirección al bar de Pepito, muy decidida a no dejarme pisar. Roberto está tranquilamente sentado, comiendo un bocadillo y leyendo La Vanguardia.
-¿Pero tú de qué vas? ¿Crees que me puedes dejar así?
-¿Déjame, estoy desayunando, no lo ves?
Estoy tan exasperada que cojo el vaso de agua de una señora mayor que estaba tan tranquila con su caniche y se lo tiro a la cara de Roberto. Y me voy, sulfurada, del bar Pepito, Manolo o como se llame.
Me dirijo a la panadería de “Chez Paul” donde hacen estos maravillosos croissants de mantequilla y me siento en el fondo de la tienda, muy irritada. El croissant ya no tiene sabor a nada para mí. De repente reaparece Roberto totalmente fuera de sí:
-¿Tú, estúpida, qué te crees? ¿Que me puedes insultar en público?
Empieza a levantar la voz, a gritarme, pierde el control y me siento tan asustada que empiezo a llorar. El coge los restos de mi croissant y me los tira a la cara.
El camarero viene a ayudarme pero se lo impido, tiro un billete de 5 euros en la mesa y salgo corriendo, con migas de croissant francés en el pelo y en los ojos. ¡Esta me las pagará!
Le sigo en la calle, y entramos en un salón de té muy elegante donde cada pasta vale 4 euros por lo menos. ¡Encima, se va a gastar el presupuesto en desayuno de lujo, este animal!
Le doy una palmadita encima del hombro y suelto:
-¡Date la vuelta cobarde!
-¿Qué quieres? ¿Tirarme otro zumito a la cara, preciosa?
-¡No me llames preciosa!
-Tengo otros nombres para ti si quieres…
-¡No te atrevas, maldita sea!
Me da golpes en la cabeza, yo patadas en los***, él unas bofetadas que me dejan marca, yo un puñetazo en la nariz, él me tira del pelo, yo le arranco la camisa. Nos peleamos de tal manera que dos dependientes elegantes vestidos de negro, con delantal blanco nos tienen que separar y nos echan literalmente del salón de té delante la mirada atónita de las señoras educadas, de las familias felices y de los hombres mayores que desayunan en silencio.
-¡Esto lo tenemos que arreglar de una vez! grito yo
-¡Perfecto, entramos en el primer bar y lo solucionamos!
El bar era amplio, muy tranquilo y lleno de gente elegante. Solo se oye el gling gling de las tazas de café, un hilo de música clásica, y la gente hablando en voz baja. Y muy bien situado. En frente de los juzgados de Barcelona.
-¡Me lo pagaras imbécil!
-¿Ah sí cariño y cómo?
-Te pido el divorcio, la mitad de tus bienes, el piso, la casa de tus padres en Tarragona, la custodia de los niños si los hubiéramos tenido, y la mitad de tu patrimonio. Dicho esto, Roberto intentó estrangularme y llamaron a los Mossos d’Esquadra. Eran las 12h del mediodía.
Después de este intento de homicidio, estaba tan alterada que me llevaron a urgencias psiquiátricas, donde él aprovecho para hacerme internar porque era según él, una bipolar irreversible. Me quedé dos días, recuperándome de mis trastornos nerviosos y desde mi habitación, gracias a un PC conectado a internet, publiqué en toda la red los trastornos sexuales de Roberto (eyaculación precoz e impotencia) y el ridículo tamaño de su miembro. Me reía sola de esta broma. Roberto no pudo soportar la humillación de la destrucción de su virilidad y empezó a beber de forma incontrolada. Al final, nos encontramos los dos ingresados en el psiquiátrico.
Pero esto no fue nada en comparación con lo que hizo una enfermera una mañana: entró y preguntó:
-¿Queréis un zumito, pareja?

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