El restaurant de Jean Luc era la primera etapa del inspector. Su cocina de Normandía exigía un gran apetito y no tener miedo a los kilos, el colesterol y la nata de sus platos. Jean Luc estaba al borde del suicido por haber perdido su estrella Michelin.Por culpa de él.
El foie gras era delicioso, fundía en la boca, como siempre. Las patatas a la cidra, deleitaban su paladar de gourmet, de inspector gastronómico.
Las ostras que le habían servido el camarero con las manos temblando, ya tenían otro sabor. Lo mismo le paso con el strudel de langostinos con mantequilla de centello. Sabían a miedo. Miedo auténtico, profundo, con un toque de inquietud. Lo de siempre.
Cuando probó el postre, un caviar de tatin de manzanas caramelizadas con vainilla, la sentencia cayó: menos una estrella. La Tatin sabía a pánico.
El Inspector se levantó, se seco los labios con el borde de la servilleta de lino blanco y se fue. Otro chef se iba a quedar sin estrella. Jean Luc empezó a llorar.
El inspector gastronómico empezaba a cansarse, toda la comida era exquisita, siempre muy exquisita, con nombres pomposos y camareros serviles pero sabía a miedo. Todas. Así no se puede comer, gruñía el hombre firmando su libreta.
Dejó la gastronomía francesa para atacar a la siguiente de su lista:
La italiana, la cocina del Chef Giovanni, donde acudía desde hacía 20 años.
Giovanni era un hombre amable y risueño pero últimamente había notado un cambio en su carácter: tenía, el también miedo a perder su estrella. Ya se la había quitado antes y el hombre necesitaba recuperarla. Sabía que su cocina era exquisita y esperaba un buen resultado. Giovanni también necesita recuperar su estrella perdida.
Se sentó en la silla y se puso la servilleta alrededor del cuello, como un niño goloso. El antipasta no había cambiado: mozzarella di bufala a la caprese. Le sirvieron dos platos de carnes porque quería evitar que le prepararan siempre lo mismo, al inspector gastrónomo le gustaba jugar con la gente. Así que probó unos Scallopine di vitello con formaggio crotonose seguido de un Filet mignon con pepperoni arrostiti.
Masticó, y masticó y notó este gusto amargo de preocupación: los scallopine eran cremosos como siempre pero con una nota extrema de susto. Lo de siempre. Así que Giovanni puedes decirle adiós a tu estrella y el inspector sonrió. A él no le iban a engañar o la comida sabía a comida o no había estrella.
Su siguiente víctima era Xeng li, el Chef japonés. Xeng li cocinaba muy bien desde la infancia , aprendió de su padre pero también había perdido su estrella.
El inspector se pidió un Miso Shiru , le encantaba la sopa con soja y Wakame y una bandeja de sushis variados.
El chef Xeng le había preparado unas costillas de cerdo rebozada y servida con una deliciosa salsa de soja. El cerdo era una delicia porque lo habían dejado en marinade con miso.
El inspector pidió una ración de tempura de verdura y langostinos porque no se podía resistir .Pero la comida le había dejado un mal sabor de boca: sabor a ansiedad con algo de depresión. Todos esos chefs eran iguales, dejaban su preocupación fundirse y pegarse a la comida ,era intolerable. El inspector se levanto de la mesa, furioso y xeng li supo que tendría que luchar otro año para su estrella perdida.
El último restaurante era Hindú y su dueño era el chef Shakir que llevaba la cocina con su hija Benazir.
Las Pakoras unas verduras rebozadas en pasta de garbanzos hacían la gloria de este restaurante. El inspector no las tuvo que pedir, Benakir ya le dejaba el plato en la mesa. Después le sirvieron el famoso pollo tandoor , era único. El inspector pidió un lassi de postre y terminó la comida con una queso fresco paneer. Como no ,el queso olía a aflicción y el pollo a angustia. Imposible continuar así.
Se fue del restaurante muy ofuscado.
Toda la comida , francesa, italiana, japonesa e hindu sabia a miedo. Miedo puro. El inspector estaba tan enojado que pidió unos días de vacaciones y se fue a la costa catalana a ver el mar. Allí, en Roses, iba a relajarse.
Claro que allí estaba el Bulli, el restaurante numero 1.
Allí sí que se lo iba a pasar bien. Comida sin miedo.
Allí se sentó a una mesa con vista al mar, el chef que no necesitaba estrella, más bien le sobraba ,le sirvió un pressé de col, foie-gras de pato y trufa negra y una terrina gelée de buey de mar con sesos de cordero y calabacín.
Después como regalo de la casa, un milhojas de cabeza de ternera y bogavante, acompañado de chipirones rellenos de espárragos verdes y setas de bosque con risotto. El inspector disfrutaba como nunca, el mar, y esos manjares, era el paraíso. Además, escuchaba música clásica, estaba rodeado de gente guapa con mucha dinero y todo sabia a gloria. Terminó con un bressanne de cerezas con sorbete de peras.
Se despidió del chef catalán y volvió al hotel, muy satisfecho. Pero al cabo de poco tiempo notó una sensación rara en su paladar, que se confirmó al cabo de una hora: sabía a angustia pura. Toda la comida sabia a angustia!
Furioso, se fue a su casa. Allí si que iba a cenar bien, a gusto.
Entro en la cocina, se puso el delantal que le regalaron cuando le quitó la estrella a su primer chef y se preparo un plato de espaghettis de lo más sencillo. Trituró unos tomates frescos comprados en el mercado de la boqueria y corto unas hojas de albahaca de su terraza, donde tenía un mini huerto de hierbas frescas.
Se sentó en la mesa, con una copa de Bordeaux y comió los espaguetis. Pero no pudo terminar su plato, toda la comida tenía mal sabor, sabor a mala leche, a cabreo, a maldad, sabor a él. Descubrió con horror que su propia amargura amargaba a la comida. Se pregunto si todo le iba a saber tan mal y probó una tableta de chocolate negro, unos pimientos de piquillo, unos pepinos, un yogur griego, unos caramelos, un a trufa, todo, todo, todo sabía a amargura. El inspector, desesperado, empezó a llorar y cuando levantó la cabeza para ver por la ventana, vio como 4 estrellas en el cielo brillaban más que de costumbre…